Oscar Pimentel, Supervisor General deLa Iglesia de Dios
Con respecto a la santidad, el Obispo M. A. Tomlinson dijo: “Simplemente profesar la santidad no es suficiente. Una reputación de santidad no es suficiente. Una cosa es decir que su vida es santa. Una cosa es que sus amigos y colegas piensen que su vida es santa, pero ser santo es un asunto completamente diferente”.
Otros lo han dicho, y yo mismo lo he repetido, que somos tres personas en una. La persona que creemos que somos, la persona que otros creen que somos, y luego está la persona que Dios sabe que somos.
La Biblia dice que “Dios no puede ser burlado” (Gá. 6:7). Él sabe quiénes somos por dentro y por fuera. La expresión, “Lo que ves es lo que obtienes”, no siempre es cierta. Las personas que nos rodean solo pueden ver lo que ellos pueden ver; el semblante, la altura, pero “… porque Jehová mira no lo que el hombre mira…Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7).
Jeremías 17:9 dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño el corazón, que pruebo los riñones, para dar á cada uno según su camino, según el fruto de sus obras”. El corazón, la conciencia del hombre, es su estado caído y corrupto y es engañoso. No podemos confiar en él, ni podemos saberlo. Si no podemos conocer la disposición de nuestro corazón, ¿cómo podemos conocer la disposición del corazón de otro hombre? Simplemente no podemos. El corazón es el centro del carácter del hombre; es el asiento de todas sus actividades. En el corazón, las decisiones se resuelven y se toman. El corazón es donde una persona discierne la diferencia entre el bien y el mal. Los corazones de toda la humanidad están bajo la mirada divina de Dios que los escudriña y los prueba.
De las tres personas mencionadas anteriormente, la última no es la que más importa, pero de hecho es la única que importa en absoluto. En última instancia, es la que Dios ve y sabe acerca de nuestros corazones la que va a tener consecuencias eternas. Esto no significa que la santidad no necesita ser evidenciada en nuestras vidas. ¡No lo permita Dios! Debería haber, debe haber y habrá una manifestación externa de la obra interna del Espíritu Santo. Observe que Jeremías en 17:10 habla de cosas como “su caminos” y “el fruto de sus obras”. Estos son signos externos de lo que está pasando en el corazón.
El Nuevo Testamento dice, “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16). Hechos 6:3 habla de tener un “buen testimonio”. Bueno, usted no puede informar sobre lo que no ha visto o no puede ver (que es mi corazón), pero puede verme a mí y al fruto de mis obras. El apóstol Pedro (1 Pedro 1:15) nos ha instruido a ser “santos en toda conversación”, es decir en nuestro andar, modo de vida y conducta. La santidad debe alcanzar y tocar cada área y aspecto de nuestra vida. Debe ser evidenciada en las relaciones con nuestro prójimo, percibida en nuestras actividades cotidianas de negocios, y manifestada diariamente en nuestra vida familiar.
La santidad misma es nada más y nada menos que la limpieza de corazón y de vida. Es estar libre de pecado. ¿No suena eso hermoso y atractivo? ¡Oh, libertad del pecado! No más bajo la esclavitud y peso del pecado. Ya no un siervo del pecado y estar dominado por un capataz malvado, sino que ahora tiene la libertad de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. La Santidad es el estado de ser santo o dedicado y consagrado a la voluntad de Dios.
Servir al Señor en santidad significa servir a Dios de una manera libre de pecado. Lucas 1:74, 75 dice, “Que sin temor librados de nuestros enemigos, le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos los días nuestros”. Este versículo muestra que Dios, a través de Jesucristo, nos concede la liberación del pecado, no la liberación en el pecado, y esta liberación nos permite vivir santos y consagrados “todos los días nuestros”.
El escritor de Efesios comparte algunas instrucciones que nos dan una compresión de lo que implica una vida de santidad. Pablo dice que hay que desechar toda mentira y que cada hombre hable la verdad, que se enojen, pero no pequen, y no dar lugar al diablo. Él ordena a los que han robado que no roben más, que no dejen que palabras torpes salgan de sus bocas, y que dejen toda amargura, ira, enojo, y maledicencia, que se alejen de toda malicia, y sean benignos unos con los otros, misericordiosos, perdonándonos unos a los otros (lea Efesios 4:22-32). Pablo también nos habla en Gálatas de aquellas cosas que no son compatibles con una vida santa, “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes á éstas: de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5:19-21).
La poderosa experiencia de la santificación instantánea hace posible la santidad. Cuando ese “viejo hombre” esté muerto y acabado, cuando la naturaleza adámica sea erradicada del corazón, entonces seremos libres para servir a Dios en una vida de santidad de verdad, en todos los aspectos de ella. ¡La santificación hace posible la pureza de corazón y de vida!
Según la Biblia, Dios nos ha llamado a santidad, no el pastor, o el líder de jóvenes, no el Supervisor de Estado o General, sino que Dios nos ha llamado. Esta es la vocación del hombre o la mujer cristiana. Pablo lo dice de esta manera, “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados” (Ef. 4:1). A los tesalonicenses les escribe, “Porque no nos ha llamado Dios á inmundicia, sino á santificación” (1 Ts. 4:7). La vocación se define como un fuerte sentimiento de idoneidad para una carrera u ocupación en particular. Es el empleo u ocupación principal de una persona, especialmente considerado particularmente digno y que requiere gran dedicación, oficio o profesión. Así pues, la vocación es una profesión que requiere una gran dedicación y que los interesados la consideran que vale la pena cueste lo que cueste. El atleta que se prepara para las Olimpiadas no conoce límites en cuanto a los sacrificios que está dispuesto a hacer solo por la oportunidad de ganar el oro olímpico. Algunos incluso sacrifican su infancia con la esperanza de tener la más mínima oportunidad. Gastan grandes cantidades de dinero, hacen grandes esfuerzos y dedican mucho tiempo, ¿Por qué, usted pregunta? Porque es su profesión.
Las personas que ingresan al campo de la medicina para convertirse en cirujanos rápidamente confesarán que sienten que es su vocación ayudar a las personas que sufren. Ellos le harán saber cuánto les gusta hacer lo que hacen. No solo la aman, sino que están enamorados de su profesión. Ellos están obsesionados con ello. Lo comen, lo respiran y lo sueñan. No es un pasatiempo para ellos, es su vida y su estilo de vida y se lo toman muy enserio. Pablo advierte a que “andéis como es digno de la vocación,” no es solo un “llamado” sino una profesión. La santidad no es un pasatiempo; es nuestro estilo de vida. Como tal, debemos tomarlo muy enserio, especialmente cuando consideramos QUIÉN nos ha llamado.
Cuando un hombre o una mujer toman en serio esta vocación, su tiempo, talentos y preocupación serán consumidos por esta profesión. Nada más será de mayor preocupación que estar a la altura y sobresalir. Para estos hombres y mujeres ningún sacrificio es demasiado grande y ningún esfuerzo es demasiado para “andar como es digno” de la santa vocación. Si deseamos tener éxito en Cristo, no debemos tomar este trabajo a la ligera. Debemos estar poseídos por ella, debemos comerla, respirarla y soñarla, por así decirlo. Debe ser nuestra vida y debe ser nuestro estilo de vida.
El Salmista David dijo de su deseo por Dios: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Sal. 42:1) y “Está mi alma apegada a ti” (Sal. 63:8). Es con una gran intensidad similar que un hombre o mujer piadosa persiguen la ocupación de Dios en sus vidas. Con este fuerte deseo de Dios ardiendo en sus almas, son capaces de superar todos los obstáculos de este mundo y hacer todos los sacrificios para cumplir con su santa vocación. La Biblia dice, “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).Citando las palabras del pasado Supervisor General, M. A. Tomlinson: “Algunos están dispuestos a practicar la santidad siempre que no entre en conflicto con sus otros intereses. La santidad de verdad no admite ninguna reserva ni limitación. No tiene en cuenta los pecados secretos o el pecado en cualquier forma. Una persona que posee la santidad de verdad no se detendrá ante nada menos que la completa obediencia al Señor y a Su Palabra. La santidad de verdad viene sólo como resultado del amor sincero que el individuo tiene para Dios y no por temor al castigo o la esperanza de recompensa.
“Es necesario practicar la santidad en esta vida para prepararnos para la vida eterna en el cielo. En el cielo no habrá nada que sea profano. El mismo cielo es un lugar santo, la morada de un Dios santo…No hay lugar, y no se ha hecho ningún arreglo allí para nada impío. En esta vida debemos estar tan completamente absortos en pensamientos y acciones santos que estaremos preparados para la atmósfera santa que habrá en el cielo.
“Cuando consideramos la recompensa por la santidad, ningún esfuerzo parece demasiado grande. El objetivo en mente al seguir la santidad es que podamos ver al Señor. También se nos instruye a seguir la paz. A veces es difícil vivir en paz con todos los hombres por el sentimiento que tiene el mundo por el evangelio y todas las cosas buenas. Pero es nuestro deber tanto como está dentro de nosotros para vivir en paz con el mundo. No se da ninguna consideración con respecto a la vida de santidad. Podemos fracasar en nuestros esfuerzos por vivir en paz con el mundo, pero si no logramos alcanzar la santidad en nuestras vidas, fracasaremos en nuestro intento de recibir la vida eterna. La Biblia hace evidente este hecho cuando dice: “la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Basic Bible Beliefs [Creencias Bíblicas Básicas] Págs 17, 18).