Por, Kryss Barick, Cleveland, TN
Satanás (Hebreo) —adversario u oponente. Satanás es nuestro adversario en común. Él hace todo lo posible por causar división entre las personas para que también sean adversarios.
Diablo (Griego)—acusador o calumniador. Un calumniador es aquel que ataca la reputación de otro. La acusación falsa a menudo está implícita, pero no es necesaria. Decir la verdad para difamar a alguien encajaría con la misma precisión con la definición de la palabra y esta es característica del diablo.
Cada uno de estos describe a alguien que se enfrenta a otro al menospreciarlo a él o su reputación. Este es el trabajo que nuestro enemigo en común ha asumido en este mundo. Sus acciones y palabras buscan llamar la atención en cualquier otro lugar aparte de sus planes clandestinos contra la humanidad para que pueda difundir la animosidad entre las personas dondequiera sea que se encuentre.
“Sed templados, y velad; porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando á quien devore” (1 P. 5:8). En este único versículo tenemos la palabra “adversario”, que también es el equivalente griego de la palabra “Satanás”, y el “diablo”, el cual desea devorarnos enteros, como podría traducirse en griego original. La palabra griega traducida aquí como “adversario”, significa literalmente “contra la justicia”. Satanás es diametralmente opuesto a la justicia de Dios y trabaja duro para influir en nosotros para poder atraparnos y mantenernos de su lado de la ecuación también.
Pero en el siguiente versículo, 1 Pedro 5:9, se nos instruye a cómo manejar ese “león rugiente”: “Al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que las mismas aflicciones han de ser cumplidas en la compañía de vuestros hermanos que están en el mundo” . El escritor nos está diciendo que Satanás trabaja en ambos lados de cualquier desacuerdo o división, para colocar una cuña entre dos individuos o grupos, para que él pueda cumplir sus malos deseos para con nosotros. Entendiendo este hecho, necesitamos ser conscientes de cuándo el enemigo está tratando de trabajar a través de nosotros, e inmediatamente someternos a Dios para reprenderlo, para que no pueda establecer un punto de apoyo en nuestras vidas. Estas palabras vinieron del apóstol Pedro, y sabemos cómo él se había comportado antes del día de Pentecostés. Estamos familiarizados con el momento que eligió para hacer de Jesús su enemigo al hablar en contra de la profecía de Su sufrimiento y muerte en Marcos 8:31-33, “Y [Jesús] comenzó á enseñarles, que convenía que el Hijo del hombre padeciese mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Y claramente decía esta palabra. Entonces Pedro le tomó, y le comenzó á reprender. Y él, volviéndose y mirando á sus discípulos, riñó á Pedro, diciendo: Apártate de mí, Satanás; porque no sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres”. Luego, también, todos sabemos de su triple negación en la noche de la traición de Jesús. Sin embargo, por el poder del Espíritu de Dios obrando en su vida, fue liberado de las cadenas que nuestro adversario en común había usado para atarlo en sus pensamientos y palabras imperfectas.
En Tito 3:2, Pablo nos dice “que a nadie infamen…” después en el versículo 3 él nos dice por qué, “Porque también éramos nosotros necios en otro tiempo, rebeldes, extraviados, sirviendo á concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y en envidia, aborrecibles, aborreciendo los unos á los otro”. Dios quiere que sepamos que este comportamiento siempre proviene de la misma fuente; el que nos acusa quiere que nos acusemos unos a otros, haciéndonos así uno con él. Sin embargo, estamos llamados a ser uno con Dios (cf. Juan 17:21).
Santiago 4:11 nos dice, “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano, y juzga á su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga á la ley; pero si tú juzgas á la ley, no eres guardador de la ley, sino juez”. Lo que comenzó como una advertencia se vuelve más claro a medida que profundizamos en lo que la Palabra de Dios tiene que decir sobre esta enfermedad espiritual maligna. Si caminamos en el Espíritu, entonces, siempre nos comportaremos con amor unos con otros, tanto dentro como fuera de la Iglesia, pero nuestras palabras y acciones guiadas por el Espíritu no se limitan a aquellos con quienes tratamos personalmente a diario.
La voluntad de Dios para nuestras vidas se aplica a todos los aspectos de ella, y no solo a la parte en la que tenemos algún grado de influencia. “Sabe el Señor librar de tentación á los píos, y reservar á los injustos para ser atormentados en el día del juicio; Y principalmente á aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia é inmundicia, y desprecian la potestad; atrevidos, contumaces, que no temen decir mal de las potestades superiores” (2 P. 2:9, 10). Pedro continuó diciendo a aquellos que “desprecian la potestad” y “no temen decir mal de las potestades superiores” “perecerán en su perdición” así como aquellos que “no saben cesar de pecar” .
Pablo nos recuerda en Hechos 23:5 que, “escrito está: Al príncipe de tu pueblo no maldecirás” apuntándonos a Éxodo 22:28 y Ecclesiastés 10:20. No olvidemos, esto fue durante la ocupación romana en Israel y sus alrededores, por lo que realmente no hay ningún gobierno moderno del mundo hoy que puedan igualar las mismas atrocidades contra los cristianos. Si bien es posible que no podamos abordar personalmente nuestros desacuerdos con las decisiones que toman nuestros líderes gubernamentales, estamos específicamente llamados a orar por ellos en 1 Timoteo 2:1-4.
Todos sabemos esto, pero aun así caemos en las trampas de Satanás. Nos escuchamos hablar en contra de hermanos y hermanas, pastores, supervisores, líderes gubernamentales seculares y otros, pero no tomamos nota de los resultados personales o extensos de nuestras palabras. Estas palabras causan división, donde sólo debería existir unidad. Esta división no solo obstaculiza nuestro propio progreso espiritual dentro de la Iglesia, sino que también actúa como una barrera para aquellos que puedan estar mirándonos desde afuera. Este mundo está lo suficientemente polarizado, a través de los dispositivos de Satanás, sin que esa misma actitud se infiltre en la Iglesia. Estamos obligados a denunciar el pecado en nuestras filas: para reprender, reprobar, exhortar, pero nunca para acusar o difamar. Hay una forma adecuada de manejar todo y temenos la esperanza en la Palabra de Dios para dirigirnos en los caminos que Dios quiere que tomemos.
Jesús Mismo trazó un plan claro para cualquiera que se sintiera ofendido por las palabras o acciones de un hermano o hermana. “Por tanto, si tu hermano pecare contra ti, ve, y redargúyele entre ti y él solo: si te oyere, has ganado á tu hermano” (Mt. 18:15). Cualquier otro curso de acción de nuestra parte es precisamente la acción que el enemigo de nuestras almas quiere que realicemos; es lo que él mismo haría. Jesús también habló palabras similares de una manera diferente en Lucas 17:3, “Mirad por vosotros: si pecare contra ti tu hermano, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale”. En ambos casos, se nos indica que vayamos directamente a la persona y a nadie más.
Al igual que con muchas enseñanzas de Jesús, este no es un pensamiento nuevo que estaba tratando de transmitir a Sus discípulos y a nosotros. La ley, también, advertía de los peligros de esta conducta. “No andarás chismeando en tus pueblos. No te pondrás contra la sangre de tu prójimo: Yo Jehová” (Lv. 19:16). David también era consciente de las repercusiones de la dirección incorrecta de nuestras palabras ya que escribió en Salmo 15, versículo 1 y 3: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en el monte de tu santidad?” … “El que no detrae con su lengua, Ni hace mal á su prójimo, Ni contra su prójimo acoge oprobio alguno”. Al considerar esta referencia, debemos recordar quiénes dijo Jesús que son nuestros prójimos. David transmitió claramente esta sabiduría a su hijo, ya que leemos en Proverbios 11:13, “El que anda en chismes, descubre el secreto: Mas el de espíritu fiel encubre la cosa”.
Todos hemos sido lastimados, y a veces lo más difícil es decirle a quien de alguna manera nos ha ofendido. He tenido que hacerlo yo mismo, y siempre ha sido una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer. Pero tenemos la seguridad de que el resultado final será para nuestro beneficio eterno si prestamos atención a las advertencias que tenemos en las Escrituras. También sé, por experiencia personal, que es mucho más fácil ocultar el asunto en amor, yendo directamente a esa persona, para restaurar el dolor de aquellos a quienes hemos ofendido hablando de ellos a otros a sus espaldas. “El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte: Y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar” (Pr. 18:19).
Tenemos que hacer una elección. ¿Cómo lidiaremos con las dificultades que seguramente surgirán entre nosotros a medida que interactuemos unos con otros a diario: a la manera del enemigo o a la manera de Dios? El diablo sigue buscando a quien devorar.
“Y finalmente, sed todos de un mismo corazón, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; No volviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino antes por el contrario, bendiciendo; sabiendo que vosotros sois llamados para que poseáis bendición en herencia. Porque El que quiere amar la vida, Y ver días buenos, Refrene su lengua de mal, Y sus labios no hablen engaño; Apártase del mal, y haga bien; Busque la paz, y sígala” (1 P. 3:8-11).