Oscar Pimentel, Supervisor General de La Iglesia de Dios

Una noche, Bobby, de seis años, le pidió una mascota a su padre. “Lo siento, hijo,” dijo su padre, “ahora no. Pero si oras muy arduamente estos dos meses, quizás Dios te envíe un hermanito.” Bobby oró fielmente durante un mes, pero parecía inútil orar más tiempo y se dio por vencido. Cuán sorprendido estaba cuando, un mes después, un pequeño bebé llegó a su casa, o al menos eso pensó Bobby cuando vio un bulto retorcese junto a su madre. Su orgulloso padre retiró la frazada y Bobby vio otro bebé. ¡Gemelos! “¿No te alegras de haber orado por un hermanito?” Preguntó su padre. “Claro que sí,” dijo el muchacho, “pero ¿no te alegras de que haya dejado de orar cuando lo hice?”

“Y aconteció que estando él orando en un lugar, como acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lc. 11:1). “Enséñanos a orar” fue lo único que Sus discípulos le pidieron que les enseñara. No pidieron que les enseñara a predicar, cantar, preparar un mensaje o hacer una buena presentación ante el público. Jesús a menudo se encontraba solo en oración con Dios, tal vez el efecto que vieron en Su ministerio fue lo que los llevó a preguntarle esto.

D. L. Moody escribió, “Leemos que Sus discípulos se le acercaron, y le dijeron: “Señor, enséñanos a orar.” No está registrado que les enseñó a predicar. Muchas veces he dicho que preferiría saber orar como Daniel que predicar como Gabriel. Si recibes amor en tu alma, para que la gracia de Dios descienda en respuesta a la oración, no habrá problemas para alcanzar a la gente. No es por los sermones elocuentes que las almas perdidas serán alcanzadas; Necesitamos el poder de Dios para que la bendición de Dios pueda bajar.”

Algunas personas son como el niño pequeño que, cuando su pastor le preguntó si oraba todos los días, respondió: “No, no todos los días. Algunos días no necesito nada.” ¿Hemos considerado, en todo el tiempo de nuestra oración o en nuestros muchos viajes al altar de oración, que la oración no es una forma fácil de obtener lo que queremos, sino la única forma de convertirnos en lo que Dios quiere que seamos? Esto está en línea con el espíritu que encontramos en el Salmista David mientras oraba, “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón: Pruébame y reconoce mis pensamientos: Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23, 24). Piense en la oración del Hijo de Dios, “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso; empero no como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39). En la vida de Cristo, encontramos que, para Él, la oración no era simplemente pedirle a Dios lo que deseaba, sino saber lo que Dios quería y deseaba para Él, y así debería ser en nuestras vidas.

E. M. Bounds escribió: “La oración corre paralela a la voluntad de Dios…Alcanza el cielo y trae el cielo a la tierra. La oración tiene en sus manos una doble bendición. Premia a los que oran, y bendice a los que oran. Trae paz a las pasiones conflictivas y calma a los elementos de conflicto. La tranquilidad es el fruto bienaventurado de la verdadera oración. Hay una calma interior que llega a la persona que ora, y también una calma exterior. La oración crea “una vida tranquila y pacífica en toda piedad y honestidad”…La honestidad, seriedad, integridad y fortaleza en el carácter son los frutos naturales y esenciales de la oración…la verdadera oración se vincula con la voluntad de Dios y navega en las corrientes de la preocupación, compasión e intercesión por la humanidad…la oración rodea a todos y se entrega para el beneficio de todos…la persona que ora se interpone a medio camino entre Dios y las personas…La oración mantiene en sus manos los movimientos de la raza de los seres humanos, y abarca los destinos de las personas por toda la eternidad. El noble y el mendigo son afectados por ella. Toca el cielo y mueve la tierra.”

La Biblia dice que nuestro “Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mt. 6:8), entonces, si Dios ya sabe, ¿por qué oramos? ¿Es para convencer a Dios de nuestras necesidades, debilidades, peticiones o solicitudes? La oración no cambia a Dios, ya que Él ya sabe qué cosas necesitamos, pero la oración sí nos cambia. La oración es intimar con Dios, y la verdadera oración produce una transformación en nuestras vidas a medida que permanecemos en Su presencia a través de este medio de comunión que Él ya ha establecido.

¿Es usted un individuo temeroso? ¿Teme el mañana o lo “desconocido”? ¡Qué maravilloso canto que declara: “Porque vive Él, puedo vivir el mañana”! El hombre o la mujer cristianos saben que Jesucristo está vivo hoy y por siempre si ellos lo buscan en oración. ¡Oh, sus miedos desaparecerían! Incluso si el cristiano supiera que los problemas del mañana llegarían, a través de la oración al Dios vivo, hoy recibiría precisamente lo que se necesita para enfrentar el mañana. En 2 de Crónicas 20:1-30, Josaphat, se enfrentó a los sufrimientos que los hijos de Moab, Ammón y los del monte de Seir habían propuesto traer sobre él y sobre Judá. Esto era una “grande multitud” viniendo contra ellos. Un grandísimo enemigo que era más fuerte que ellos. La Biblia dice que Josaphat “temía,” sin embargo, no se hundió en ese miedo, sino que sabía a dónde llevarlo, y se puso a orar. Él oró por liberación, y Dios le prometió una gran liberación. Tengo la sensación de que la primera batalla ganada o la primera liberación ganada por Josaphat en esta ocasión fue sobre el temor. Después de la oración, Dios le da seguridad de Su presencia con él, seguido de las instrucciones: “Mañana descenderéis contra ellos…No habrá para qué vosotros peleéis en este caso: paraos, estad quedos, y ved la salud de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalem, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, que Jehová será con vosotros” (v.3, 16, 17). ¡Con este Compañero el mañana se puede enfrentar fácilmente y obtener la victoria!

¿Ve peligro en el horizonte para la Iglesia y su mensaje? ¿Qué haremos cuando se nos diga que ya no podemos predicar lo que dice la Biblia, y debemos parar o enfrentar el castigo? ¿Estamos lo suficientemente cerca de Dios para no acobardarnos ante la amenaza? ¿Hemos permitido que la oración nos cambie de quienes hemos sido a lo que Pablo quiere, quien declaró enfáticamente: “Mas de ninguna cosa hago caso, ni estimo mi vida preciosa para mí mismo; solamente que acabe mi carrera con gozo, ¿y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios?” (Hch. 20:24). En Hechos 4:23-31, cuando a los apóstoles de Jesucristo los intimaron a que no hablasen en el nombre de Jesucristo, ellos fueron a la Iglesia y se lo contaron. La Biblia dice que ellos “alzaron unánimes la voz a Dios,” es decir, ¡ellos ORARON! Su oración fue así, “da a tus siervos que con toda confianza hablen tu palabra…y como hubieron orado, el lugar en que estaban tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios con confianza” (v.24, 29, 31). Necesitamos cristianos audaces, necesitamos miembros audaces de La Iglesia de Dios, ¡quienes se lo dirán al mundo con audacia! Muy a menudo nos encontramos con la necesidad de audacia dentro de las cuatro paredes de nuestros edificios cuando nos paramos frente a una audiencia que es, en su mayor parte, amigable, ¿cuánto más necesitamos orar por audacia para hablar fuera de las cuatro paredes de nuestro edificio? La oración a Dios puede traer la audacia para remplazar la cobardía, si está presente.

Nuestro hermano Pedro subió a “la azotea a orar” en Hechos 10:1-20. Durante este tiempo de oración, Dios inició un cambio en su vida. El Señor lo estaba preparando para una oportunidad de la que no tenía conocimiento, ¡pero vendría! La predicación del evangelio a los gentiles era nueva y nada fácil para un judío como Pedro, sin embargo, la oportunidad se presentaría, y mientras “estando Pedro dudando dentro de sí” (v.17) Dios le dijo, “levántate, pues, y desciende, y no dudes ir con ellos; porque yo los he enviado.” Dios lo liberó de sus dudas, del miedo al fracaso, ante esta oportunidad. Al diablo le gustaría hacernos creer que deberíamos permanecer callados en lugar de tocar puertas para predicar el evangelio a una pobre alma. El miedo nos convence con demasiada facilidad de que nadie quiere escuchar la historia de la gracia redentora de Dios, o que están demasiado hundidos en el pecado para salir—sin esperanza. Sin embargo, Dios le mostró a Pedro, mientras oraba, como lo hará con nosotros, que ¡nadie está fuera del alcance de Dios!

En una ocasión, los discípulos de Jesucristo llegaron amargados porque la gente de la aldea de los samaritanos no lo recibió, por lo que le preguntaron si debían orar para que “descienda fuego del cielo, y los consuma…” (Lc. 9:51-56), por supuesto, ellos fueron reprendidos por Cristo. La oración no está destinada a cuidar de aquellos por quienes nos hemos amargado, pero puede abordar cualquier tipo de amargura que haya llegado a nuestros corazones. “Toda amargura…sea quitada de vosotros…” (Ef. 4:31). ¡La oración acabará con la amargura en el corazón! ¿Estaríamos amargados con la gente si contrataran a alguien para acusarnos falsamente y calumniarnos? ¿Estaríamos amargados si nos arrestaran y nos llevaran para responder por esas falsas acusaciones ante algún consejo? ¿Estaríamos amargados si esas mismas personas “crujían” los dientes contra nosotros, nos sacaran arrastrando por las calles hasta la orilla de la ciudad para “acabar” con nosotros? Tal fue la última experiencia de un hombre llamado Esteban en este lado de la gloria en el libro de los Hechos. Cuando pudo haber estado amargado, comenzó a orar en el espíritu y en la esencia de Jesucristo, quien dijo, “…Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Este gran hombre cristiano fue apedreado, y, sin embargo, mientras le lanzaban las piedras, oró “… invocando él y diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les imputes este pecado…” (Hch. 7:59, 60).

¿Acaso la Biblia nos dice que después de que Pablo y Silas fueron azotados, se amargaron y perdieron su gozo? ¡No! ¡No! ¡Eso no fue en absoluto lo que sucedió! ¡Eso no es el registro bíblico! La Escritura nos dice que cuando fueron heridos de muchos azotes y puestos en la cárcel ellos comenzaron a cantar cantos y ¡ORAR! Cuando llegó el terremoto, se sacudieron los cimientos y se soltaron los cepos de todos, el carcelero iba a suicidarse, pero “Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal…” (Hechos 16:22-28) y compartió las buenas nuevas de salvación. ¡No dejaron que entrara la amargura en sus corazones!

Demasiadas veces en medio de los problemas, el cristiano lucha con la incredulidad mientras olvida que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal. 46:1), debido a lo que ve con el ojo natural. 2 Reyes 6:13-17, nos recuerda que cuando Eliseo y su sirviente estaban rodeados por el enemigo “…oró Eliseo, y dijo: Ruégote, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del mozo, y miró: y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor…” La oración en el tiempo de angustia nos brinda el consuelo y nos asegura la ayuda de Dios y nos recuerda esta maravillosa esperanza y verdad que “…más son los que están con nosotros…” (v.16). Dios podría haberlos transportado, así como Felipe en el Nuevo Testamento, de esta escena de problemas a una escena sin problemas, pero históricamente no es la manera de Dios.

Su gran y maravilloso poder se ve en el fuego, abajo en el foso de los leones, corriendo hacia el gigante, y aquí con Eliseo cuando todas las avenidas—adelante, atrás, izquierda y derecha—están cerradas. Sin embargo, la parte superior está siempre abierta. Qué dulce himno es ese himno que nos dice:

¡Oh, qué amigo nos es Cristo! El llevó nuestro dolor, Y nos manda que llevemos Todo a Dios en oración. ¿Vive el hombre desprovisto De paz, gozo y santo amor? Esto es porque no llevamos Todo a Dios en oración.

La oración no siempre elimina el problema, la mayoría de las veces cambia nuestra visión de las cosas y puede eliminar nuestra incredulidad en la presencia de Dios que nos rodea. La oración permite al hombre o mujer cristianos soportar mejor los problemas de la vida y someterse a la voluntad de Dios, sea lo que sea. Querido lector, al igual que el siervo de Eliseo, la oración puede abrir nuestros ojos para ver la mano de Dios en los problemas. ¿A caso no señala la Biblia la inutilidad de nuestra preocupación e inquietud por los problemas? “Y quien de vosotros podrá con afán añadir a su estatura un codo?” (Lc. 12:25), nuestra preocupación por los problemas no cambia las cosas, ¡Dios cambia las cosas! Perdemos la paz y soportamos un dolor innecesario cuando no se lo llevamos a Jesús, pero cuánto mejor, cuán más fácil de soportar los problemas de la vida cuando llevamos todo a Dios en oración. Querido amigo, lea un poco más sobre la oración:

E. M. Bounds escribió: “La oración en el tiempo de angustia tiende a llevar a nuestro espíritu a una perfecta sujeción a la voluntad de Dios, hace que nuestra voluntad se someta a la voluntad de Dios, evita que nos quejemos de nuestras circunstancias, y nos libra de todo, como el corazón rebelde o un espíritu que critica al Señor. La oración santifica nuestros problemas para nuestro bien supremo. La oración prepara el corazón…La oración nos coloca donde Dios nos puede traer el mayor bien, espiritual y eternal. La oración le permite a Dios obrar libremente con nosotros y en nosotros en los días de problemas. La oración remueve todo lo que está en el camino de los problemas, brindándonos el bien más dulce, más elevado y más grande. La oración permite al siervo de Dios luchar para cumplir Su misión en nosotros, con nosotros y por nosotros.”

“La oración ha dividido mares, ha separado ríos, ha hecho que de la roca fluyan fuentes, ha apagado llamas de fuego, ha cerrado la boca a los leones, ha quitado el veneno de las víboras, ha abierto las puertas de hierro, ha reclamado las almas de la eternidad, ha vencido al demonio mas fuerte y ha sacado a las legiones de los ángeles del cielo.”

  • ◊ Moisés oró—Su oración salvó a una nación de la muerte y de la tumba.
  • ◊ Josué oró—El sol se paró, sus enemigos cayeron en el valle y colina.
  • ◊ Ana oró—Dios le dio un hijo.
  • ◊ Salomón oró por sabiduría—Dios lo hizo el más sabio de todos los hombres mortales.
  • ◊ Elías oró con gran fervor—Dios le dio la lluvia y envió el fuego.
  • ◊ Jonás oró—Dios lo libró del gran pez.
  • ◊ Los Tres Hebreos oraron— Dios estaba con ellos en el horno de fuego y los libró.
  • ◊ Eliseo oró—él recibió una doble porción.
  • ◊ Daniel oró—las garras de los leones fueron detenidas por el ángel de Dios y sus bocas se mantuvieron cerradas.
  • ◊ Diez leprosos oraron—Jesús los sanó a todos.
  • ◊ El ladrón oró en la cruz—hoy está en el paraíso.
  • ◊ La Iglesia oró—¡el Espíritu descendió, aparecieron lenguas repartidas, vino la convicción y el avivamiento!
  • ◊ La Iglesia oró por Pedro—pronto oyeron que tocaba a la puerta.

“La oración ha frenado y cambiado las furiosas pasiones del hombre y ha destruido vastos ejércitos de ateos orgullosos, atrevidos y furiosos. La oración ha sacado a un hombre de lo profundo del mar y ha llevado a otro en un carro de fuego al cielo. ¿Qué no ha hecho la oración?”—Christian Digest

¡OREMOS, OREMOS, OREMOS!